Bajo la sombra de un olivo

Era un día caluroso de junio. Conducía por campos perdidos, lejanos y secos de la provincia de Toledo buscando una localización para una grabación. No pasaba una buena época. Trabajaba muchísmo por poco dinero y con gente egoísta sin la menor empatía o corazón.

Me sentía solo contra el mundo. Me corroía la frustración, el rencor y el odio. Y allí, a lo lejos, de repente, todo lo vi más claro. Fue casi como una iluminación.

Junto a la carretera había visto un par de fincas interesantes y buscaba a alguien que me dijera a quién pertenecía para tratar de hablar con su dueño. A lo lejos divisé bajo la sombra de un olivo a un pastor. Me acerqué con el coche hasta él.

Dejé el coche al pie de un camino de tierra y caminé hacia él. Era un hombre de unos 45 años. De piel morena. Era extranjero. Marroquí. Su ropa de trabajo estaba llena de polvo y agujeros. No hablaba muy bien el castellano. Era un hombre muy tranquilo y amable. Se le notaba cansado. Junto a él tenía una botella con un poco de agua y una manzana. Le pregunté sobre la casa y sacó de su bolsillo una vieja y pequeña agenda telefónica. Me dio el número de su patrón, que era el dueño de aquellas fincas. Desde allí mismo lo llamé. Era un hombre muy simpático y agradable. Quedé en vernos un rato más tarde. Así que le di las gracias al pastor y me alejé contento del lugar.

Pero de repente, como a 3 kilómetros decidí dar media vuelta. Había conseguido lo que quería y aquel hombre me había ayudado sin más ni más. A pesar de sus pesares y del tremendo calor. Un hombre que tuvo que dejar Marruecos para que su familia pudiera comer ayudó a un niñato de la televisión al que sólo le importaba tener contento a sus despreciables superiores. Y lo hizo sin pedir nada a cambio y de la forma más servicial del mundo.

Volví a aparcar al pie del camino. Recordé que tenía un poco de agua en el coche. Me acerqué a él y sin decirle nada me senté a su lado bajo la sombra de un olivo. Era el único olivo en muchísimos metros a la redonda y la única sombra.

Le di la botella de agua y me sonrío amablemente. Entonces me ofreció un poco de su manzana. Le dije que no, que se la comiera él, que la necesitaba más que yo. Tenía que regresar cuanto antes a Madrid al trabajo. Pero me dio igual. Me senté con aquel desconocido a la sombra.

Le pregunté si lo trataba bien su jefe, si era buena persona. Me dijo que sí, que le pagaba 800 euros y le daba un lugar para vivir en el campo. El dinero se lo mandaba a su familia en Marruecos. Me contó que se sentía solo porque como no tenía coche, no tenía papeles y no hablaba muy bien castellano no salía nunca a un bar a tomar una cerveza ni nada al pueblo más cercano. Me contó que tenía dos hijos y que los echaba de menos, que esperaba traérselos cuanto antes a España.

Yo no le conté nada. Tan solo le escuché. Mis problemas eran una minucia respecto a los suyos. Y a pesar de todo, aquel hombre desprendía una paz interior y una tranquilidad asombrosas. Un rato lo pasamos callados disfrutando del paisaje. Tenía una mirada profunda y bondadosa que me llamó mucho la atención.

Unos minutos después nos despedimos y volví al coche. Pero una vez dentro sentí que tenía que hacer algo por aquel hombre. Me sentía en deuda con él. Recordaba que llevaba 20 euros en el bolsillo. Me bajé del coche y al acercarme él se levantó rápidamente pensando que algo pasaba. Entonces saqué el billete y le dije: «Mándale esto a tu familia».

Los ojos se le encendieron con dos bombillas y comenzaron a brillarle como si estuviera a punto de llorar. Me dio las gracias muchísimas veces asintiendo con la cabeza.

No llevaba más dinero encima, pero si hubiera llevado 50 euros más se lo habría dado igualmente. Pasaba la semana rodeado de gente que tenía muchísimas cosas que no se merecían ni se habían esforzado en conseguir. Era la primera persona decente con la que me topaba en mucho tiempo y allí, hablando con él, olvidé por unos momentos mis estúpidos y superficiales problemas y me relajé mentalmente.

Aquello me hizo reflexionar sobre muchos aspectos de mi vida y poco después dejé el trabajo dispuesto a dar un giro a todo.

Conseguí la localización y grabé en aquellas fincas multitud de veces. Me hice muy amigo del dueño y siempre le preguntaba por aquel pastor. Nunca volví a verlo.



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